A.M.B. es un rajoletano primigenio al que el tiempo y sus circunstancias lo han devuelto a nuestro ecosistema, esta vez en calidad de padre. Se mueve entre las letras y las ondas... y entre los recuerdos que cada dia, tras su retorno, salen a su encuentro. Gracias por traernos a Monty y su vuelta al mundo en pos de ·El Princpito·
La
vuelta al mundo en pos de El Principito
A
José Ruiz Montalván, todo el mundo en Lorca le conoce como «Monty».
Y suponemos que en otros rincones del globo usará otros pseudónimos,
porque si hay algo que este trabajador social de 42 años sabe hacer
es viajar. Monty ha recorrido los cinco continentes, más la
Antártida, y desde hace muchos años aprovecha sus viajes –de
estudios, de trabajo o de placer– para aumentar una biblioteca
centrada en El
Principito.
Un espacio único que ha querido compartir con sus amigos, Antonio y
Claudia Beltrán Carrasco, de 4º A y 3º C, y con el resto de la
comunidad del CEIP Rajoletes
de Sant Joan.
–¿Cuándo
descubriste a El
Principito?
–Paradójicamente,
para tratarse de un libro infantil lo descubrí cuando tenía
aproximadamente unos 22 años, ya que me lo regaló una novia de
entonces.
–¿Conservas
aún ese primer ejemplar?
–Sí,
lo conservo junto con el resto de libros de la colección de
diferentes idiomas y dialectos. Es más, cada cierto tiempo lo vuelvo
a releer.
–¿Qué
representó su lectura para ti?
–Cuando
lo leí quede fascinado principalmente por el mensaje que transmite:
no perder el niño que llevas dentro. Lo cual significa no perder las
ganas de aprender, de descubrir cosas nuevas, de soñar, de tener
ilusiones y de ser idealista... Pero, principalmente, el tener un
pensamiento crítico y valorar lo que se tiene, ya sean amigos, la
familia o el hogar.
La
colección de Monty tiene ejemplares de El
Principito
en idiomas tan extraños para nosotros como el afrikaans, el chino,
el japonés, el finlandés, el letón o el zulú... una biblioteca
literalmente de la A a la Z. Pueblos muy distintos, algunos de ellos
incluso enemistados entre sí en alguna época de su historia (chinos
y japoneses; afrikáners y zulúes de Sudáfrica)... que han sabido
reconciliarse, quién sabe si seducidos por los valores de amistad de
libros como el de Antoine de Saint-Exupéry.
–Jose,
¿por qué decidiste coleccionar ejemplares de El
Principito?
–Sinceramente
fue de forma fortuita: en 2003 visité a un buen amigo que estudiaba
en París, y paseando por sus calles encontramos una tienda temática
de El
Principito.
Como no hacía mucho que me habían regalado el libro, pensé que
quizás sería bonito comprar una camiseta o una taza, pero la verdad
es que eran muy caras... Lo más barato de la tienda era el libro
pero en francés, obviamente. Así que me lo llevé para regalárselo
a la amiga que me había comprado el original.
»Después
de ese viaje a París, el mismo año visité Roma, y al pasar por
delante de una librería vi en el escaparate el libro en italiano...
en ese mismo momento se me ocurrió que, si ya lo había comprado en
francés y lo tenía en castellano, pues al comprarlo en italiano
podría empezar a coleccionarlos, llevándome uno siempre que viajara
a un país extranjero por primera vez. Luego di la vuelta al mundo,
he visitado todos los continentes y he residido en varios países de
Europa por motivos de trabajo, así que poco a poco la colección se
fue ampliando.
–¿Cuántos
tienes?
–Cuarenta
y tres ejemplares diferentes.
–¿Y
los más extraños?
–Lo
que es extraño para ti es absolutamente normal para otra gente
(sonríe).
Los más desconocidos para mí son los asiáticos, ya que están
escritos en Kanji
(漢字),
en Hiragana (平仮名)
y con Katakana (片仮名).
Además de que están pensados para leerse de arriba abajo, y no de
izquierda a derecha como nosotros.
–¿Cuál
ha sido el más complicado de conseguir?
–El
ejemplar que más trabajo me costó comprar fue el siciliano, ya que
llevaba varios años descatalogado. Lo estuve buscando por toda la
isla de Sicilia durante los tres meses que residí en Italia, visité
un montón de librerías y finalmente lo encontré en una tienda de
libros de segunda mano en Palermo. Me alegré tanto de encontrarlo,
que hasta le di un beso a la dependienta.
Le
preguntamos a Monty si nos deja hojear algunos de sus ejemplares y
asiente, con una sonrisa: «Para eso están los libros, para
leerlos». Nosotros no entendemos el alemán, el noruego ni el
polaco, pero sonreímos también al reconocer el sombrero que da
mucho miedo, porque en realidad es una boa que se acaba de comer a un
elefante. Y sonreímos al imaginarnos el pasmo y luego la alegría de
los niños que se habrán acercado a esta fábula con los mismos ojos
ávidos de saber, ya sea en Palermo, en Varsovia o en Sant Joan
d'Alacant.
–Por
cierto, ¿tienes algún Principito
en valenciano?
–Por
supuesto que sí. Lo compré en Alicante hace unos diez años, en una
librería cerca del puerto. Es más, lo tengo en todas las lenguas y
dialectos que se hablan en España. El último ejemplar que compré
fue hace dos años, en euskera, en unas vacaciones a Bilbao con mi
familia.
–¿Por
qué será que todos los profesores del mundo recomiendan esta
lectura a sus alumnos? ¿Por qué la recomendarías tú?
–Porque
es un libro que incita a la aventura, a viajar, a no dejar de creer
en uno mismo, pero sobre todo es un libro que te hace disfrutar. Pero
yo también se lo recomendaría a los adultos, y por la misma razón
por la que yo me enganché a este libro: para recuperar esa visión
excitante al descubrir algo nuevo, al aprender... al ser un niño
otra vez.
No
queremos despedirnos de Monty, ni de su biblioteca, sin pedirle algún
consejo para enriquecer la nuestra...
–¿Nos
puedes recomendar algún otro libro que te haya marcado, en la
infancia y en la edad adulta?
–Me
gusta mucho el género distópico. Mis cuatro libros favoritos son Un
mundo feliz
de Aldous Huxley, ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?,
de Philip K. Dick, Fahrenheit
451 de
Ray Bradbury y Tokio
ya no nos quiere,
de Ray Loriga.
–José,
y ya para finalizar... Tienes dos niñas pequeñas, ¿ya se han
acercado a El
Principito?
–Por
ahora no se lo han leído, ya que son muy pequeñas y aún no saben
leer, pero hace poco me sucedió lo siguiente con mi hija mayor, que
se llama Estrella. Estábamos arreglando la casa y monté una
estantería nueva para colocar todos los libros de esta colección
juntos. Cuando terminé, llamé a mi hija y le dije:
»¿Ves
todos estos libros? Papá ha viajado por todo el mundo, sólo para
comprártelos y que sean tuyos.
»Ella
sonrió y me preguntó a mí:
»¿Y
cuándo nos vamos otra vez de viaje a comprar otro?
AMB.–
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