EL PRINCIPITO
Tengo
que decir que lo primero que me llamó la atención del libro “El Principito” fue
el nombre de su autor, Saint Exupery, pues este era el nombre de uno de mis
abuelos, Exuperio, y hemos de reconocer que no es nada común, por contra es raro,
lo asumo.
Pero,
mira por donde, esto me llevó a abrir el libro. Y lo comencé a leer. Y lo leí.
Y me gustó. Y lo medité, pues muchas frases daban para ello. Y, lógicamente,
saque mis conclusiones.
¿Cuáles?
La
más importante para mí es que la figura del Principito es el niño que todos
llevamos dentro, cuando crecemos, con las experiencias que nos da la vida y lo
que esperamos de ella, que no siempre llega, lo anulamos. Aunque, por fortuna y
a pesar de ello, siempre permanece con nosotros y puede aflorar en cualquier
momento, ante una circunstancia especial y concreta de nuestra vida.
A partir de esta premisa vamos presumiendo en
el texto el aprendizaje que sobre las relaciones humanas el ser humano va
adquiriendo poco a poco, a veces a trompicones y muchas veces sin entender, sin
darnos cuenta. Es la vida misma. De hecho, el Principito no entiende a los
adultos.
Sin
embargo Saint Exupery lo cuenta de una manera delicada, deliciosa, intuitiva,
suave, yo diría que perspicaz. Es una lección de vida.
Y
a nosotros, adultos, que nos enseña el Principito?
Pues
a través de las experiencias que va adquiriendo en el viaje que realiza por los “diferentes
planetas”, nos transmite que nacemos con un interior muy rico el cual debemos
desarrollar aún a costa de “sacrificar” aquello que consideramos prestablecido,
normal, estereotipado, reglamentario por la sociedad o el entorno.
Que
lo esencial es invisible a los ojos. Aunque existe una esencia que cada uno
observa o interpreta de modo diferente. Y que además debemos valorar hechos o
aspectos de la vida que aparentemente no tienen importancia, una puesta de sol,
una planta creciendo, un paseo, una meditación… cosas que dan paz o sosiego,
que alimentan el alma y que no nos van a defraudar.
Por
el contrario, aspectos negativos del carácter humano como la vanidad, el
orgullo o la ingratitud, es algo que pronto deja de lado pero pone en
consideración a aquel que “se ocupa de una cosa ajena a sí mismo”; nos viene a
decir que es esencial que nos “ocupemos de los demás”, que demos lo mejor que
tenemos de nosotros mismos pues es la mejor manera de enriquecernos, pero
siempre respetuosos.
Como
muy bien dice “la utilidad de las cosas está en que seamos útiles a ellas, no
ellas a nosotros”.
Construyamos
Lazos, que nos unan al resto de la humanidad.
Seamos
pacientes, valoremos el tiempo que tenemos, todo aquello que nos rodea, seguro
que será lo más simple, lo más sencillo y que muchas veces no percibimos. “Los
ojos están ciegos, es necesario buscar con el corazón”.
El
Principito se marchó, lo esencial nos ha quedado. Veamos la vida con otra
ilusión, con otra esperanza. Sin espejismos, sin utopías.
Aunque
seamos adultos.
Remedios
San Andrés Alarcón
Enero,
2019
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