NO ES UN PAYASO, ES UNA TROMPETA. - Alejandrina Padrón



Esta "huella" nos llega desde Canarias. Aunque todas las colaboraciones son especiales está lo es, para mi,  un poquito mas porque está hecha en un momento difícil, aprovechando uno de esos lapsus que deja esa enfermedad innombrable y está hecha por alguien que sabe dibujar en palabras esas cosas que el alma siente. 
No hay nada tan...de "principito", como le dije a ella, que confundir un payaso con una trompeta ni mejor deseo que un ""mamá, cuentanos un cuento" se convierta en una fuente de sabiduria para todas las generaciones venideras"
Mil gracias, Alejandrina, y que la salud te licencie con honores. 

"¡Qué difícil es para nosotros los adultos comprender el mundo de los niños!

Hace muchos, muchos años, más de los que yo quisiera, uno de mis hijos vino a enseñarme un dibujo que había hecho. Lo miré con mucha atención e hice uso de la mejor de mis aptitudes interpretativas. Lo siguiente fue una exclamación de admiración por mi parte y le dije: ¡Qué payaso tan bonito! ¡Me encanta! 
Mi hijo me miró y una expresión de decepción se adueñó de su cara: ¡Mamá eso no es un payaso, es una trompeta! Dio media vuelta y se alejó de mí no solo físicamente… 
Entonces ya hacía muchos años que había conocido a El Principito, pero en la transición de niña a adulta olvidé todo aquello que aprendí de él. La reacción de mi hijo me hizo recordar lo que ya había olvidado Lo volví a leer y esta vez sí que guardé sus sabias lecciones como oro en paño.

Pensé que una buena manera de no volver a olvidar sus enseñanzas era compartirlo con mis niños y que momento mejor para hacerlo que cuando la hora de dormir estaba cerca. Ese rato mágico en el que solíamos repasar lo bueno y lo malo que el día nos había deparado. 
Cada noche revivíamos un capítulo antes de dormir y así, poco a poco, leyendo las gastadas hojas del viejo libro nos fuimos enriqueciendo todos. Ellos, porque con sus pocos años se estaban alimentando que ya sabemos que no solo de pan vive el hombre… Y yo, porque a pesar de mis veintitantos años de entonces, volví a ser aquella niña que se quedó prendada de ese libro que me regalaron los Reyes Magos.

La boa que se tragó enterito a un elefante, los árboles que crecían tanto que podían llegar a destruir el pequeño mundo del principito, el cordero que evitaría que los baobabs invadieran su planeta y que sin embargo tendría que aprender a respetar a la preciosa rosa que se llegó a creer que nadie podría hacerle daño porque poseía espinas. El orgulloso rey que no tenía sino un súbdito y se creía tan poderoso. El avaro que contaba cada noche las estrellas. El zorro ansioso de que le domesticaran y tantas y tantas historias maravillosas. ¡Cuántas cosas nos enseñó ese pequeñín! 
Tenía que ser extraordinario ese mundo en el que podíamos contemplar tantas puestas de sol cada día, aunque por ese motivo el farolero tuviera que trabajar sin parar encendiendo y apagando el farol del pequeño planeta de el Principito. 

También aprendí a no esperar nunca, antes de mis hijos y ahora de mis nietos que ellos adquieran mi bagaje que ya va pesando después de tantos años, sino a descender yo hasta sus mentes vírgenes y volver a aprender todas esas cosas que el tiempo y la dura realidad me habían hecho olvidar. 

Leí El Principito. Lo leyeron mis hijos y ellos a su vez les dieron esa oportunidad a mis nietos y estoy segura de ese viejo libro formará parte de la biblioteca de nuestra familia. Ojalá que ese “mamá, cuéntanos un cuento” se convierta en una fuente de sabiduría para todas las generaciones venideras."


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